La aventura equinoccial de Jorge Pardo por Chema García [Conciertos de jazz] - Tomajazz

La aventura equinoccial de Jorge Pardo por Chema García [Conciertos de jazz]

La aventura equinoccial de Jorge Pardo

Recuerdos del mejor saxofonista de jazz europeo en Rio de Janeiro. Diciembre 2023 – enero 2024.

“Estoy perdido en la música brasileña y pienso perderme un rato”

(Jorge Pardo, en declaraciones a Madridiario)

En diciembre de 2023, Jorge Pardo se vino a Rio de Janeiro, donde resido, para ofrecer 2 conciertos “oficiales” más uno que se coló de rondón, como el que dice. Que Jorge Pardo viniera a Rio fue, para quien suscribe, como el milagro de los panes y los peces, por ser Jorge quién es y haber seguido él  y yo caminos paralelos a lo largo de nuestras respectivas existencias. Jorge, lo digo en mi libro Tocar la vida. El músico de jazz: vueltas en torno a una especie en extinción, es, posiblemente, el músico al que más veces he entrevistado y al que más veces he escuchado en concierto. En esas aguas nos movemos.

Sucede que Jorge se ha echado un manager brasileño que parece empeñado en sacarle lustro al brazilian heart del saxofonista y flautista, a cuyo efecto ha erigido una especie de puente cultural uniendo ambas naciones. Se trata de dar a conocer la figura y obra del saxofonista y flautista entre los brasileños, y viceversa. No lo tiene fácil. Brasil es castillo famoso, fortaleza inexpugnable, una isla lejana y solitaria en medio de un continente. Pocos países ofrecen tanta resistencia a quien pretende establecer una reputación como artista. De ahí, lo inusitado de la propuesta.

Aquí encontrará el lector la crónica de los 3 conciertos que Jorge ofreció en Rio junto a Jaques Morelenbaum y Carlos Malta, y con los dos juntos, que publiqué originariamente en FB. Hasta donde se me alcanza, no existe otro testimonio periodístico del paso de Jorge por estos lares: el dato habla por sí mismo.

El 29 y 30 de junio de 2024 estará de vuelta por estos pagos para ofrecer 2 conciertos (São Paulo, Sesc Pompeia) junto al guitarrista y compositor Guinga, en lo que viene a ser una devolución de la visita del susodicho a Madrid, el pasado mes de noviembre. Y en julio, con Gabriel Grossi (armónica) y Pedro Franco (guitarra), llevando “la unión perfecta de la música brasileña & española” de gira por la ibérica península.

Blue Note, Rio de Janeiro. 20 de diciembre de 2023.

«2 del Foro»

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Me llama Reginaldo, el manager de Jorge, para decirme que vienen. Argentina, Uruguay y, como fin de fiesta, Brasil: Curirtiba, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Itaipava y, de nuevo, Rio.

Que Jorge Pardo venga a Brasil, y a Rio, es como esperar que el Ciempozuelos gane la liga. Un imposible. Que no es que no haya venido una y mil veces, con Chick (Corea), con Paco (de Lucía) y con aquel otro que pasaba por ahí y ya que estaba, pero una cosa es eso y otra ser cabeza de cartel en un país donde, al ajeno, se le ignora, salvo que se llame Paul y se apellide McCartney. Para el resto, Brasil es castillo inexpugnable, una isla. Y, pese a todo, aquí está, Jorge Pardo “in person”, el melenón imperturbable en su caminar cintura abajo y su sonrisa contradictoria de tímido Don Juan. Madrileño como hay pocos en el mundo (sabido es que el madrileño, consuetudinariamente, nacía en Albacete, o en Tarancón, provincia de Cuenca). Madrileños de Madrid estábamos Jorge y quién suscribe, y pare el lector de contar. Él sigue allí, o aquí, dependiendo de dónde se encuentre el lector, mientras que yo vine a Rio y aquí me he quedado. Al final, el madrileño no solo nace donde quiere sino que vive donde le da la gana.

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Que Jorge Pardo venga a Rio, y a Copacabana, tiene su cosa. En Copacabana, o te atracan o asistes a un concierto de jazz (más probable lo primero). Asistir a un concierto en el Blue Note de Copacabana deviene una experiencia penosa, entre el férreo control aduanero a la entrada, la insufrible sesión de anuncios que precede al concierto – Blue Moon Belgian White, “una witbier con notas cítricas de cáscara de naranja valenciana” – y los odiosos camareros/as de tirantes cuya única misión parece ser la de interponerse entre el espectador y el escenario. Pero no hay sacrificio que uno del foro no haga por un paisano.

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El concierto fue una fuente de sorpresas, empezando por Jaques Morelenbaum con su trío en un  ir y venir vertiginoso de Stockhausen (un decir) a Jobim y viceversa, lo friqui y lo “bossa” caminando juntos al encuentro del Señor. Un recuerdo emocionado al “cuarto mosquetero” de la bossa nova, Carlos Lyra, recientemente fallecido, y otro a Chico Buarque, porque al personal hay que darle de vez en cuando lo que pide, ya lo dijo Julio César. Y llegó Jorge, su flauta y su melenón, y se arrancó por tangos, pero no los de Gardel; continuó por la Puerta del Sol, en referencia al clásico del repertorio “jorgepardiano” (“yo he estado alli”, dice Morelenbaum, “yo también”, le responde la “influencer” de la primera fila), y la rompió con “Zapatito”, título que, explicó, hace referencia a los cuatro tiempos de la bulería, “za-pa-ti-tó”. Nadie entendió nada, pero eso es lo de menos. El brasileño es generoso por naturaleza y aplaude entusiasta lo que se le eche, y, donde hay pasión, no manda marinero.

Total, que volaron los “olés” – unos “olés” a destiempo, tropicales, elegantes y marítimos -, Morelenbaum devino atonal y flamenco de aquella manera, y Jorge “bossanovista” de la suya. Dicho sea de paso, su solo al tenor en “Zapatito” sonó a lo que ya no suena el jazz, ni aquí, ni en ningún lado (a potro de rabia y miel, a espacios interestelares…) Y que tenga que venir un flamenco a recordárnoslo…

Con mis deseos de una feliz Navidad a todos.

Audio Rebel, Rio de Janeiro. 29 de diciembre de 2023

«Una pequeña crónica y unos cuantos vídeos escalofriantes»

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Viene Jorge al Audio Rebel, mi place to be en Rio, y el de Nick Drake, que nunca estuvo en Rio. “Te va a gustar”, le digo. El Audio Rebel es el “anti Blue Note” (véase el relato anterior), una caja de zapatos encasquetada en un patio de vecinos no exactamente glamouroso, en el carioquísimo barrio de Botafogo. Jorge la pilla al vuelo. “Este lugar mola”.

Aquí cada cual se las apaña como puede, “esta silla es tuya o puedo llevármela” (el “ustedéo”, o “ustéo”, en Audio Rebel, está terminantemente prohibido). Un día puede ser un grupo de neo-punk quinceañero y al siguiente Arto Lindsay y Paal Nilssen.Love, un acto de apoyo al pueblo palestino o una convocatoria en pro de la legalización de la “maconha”, el lector sabe de lo que estoy hablando. Aquí caben los que caben y ni uno más (y ni uno menos). Otra cosa que no hay en el Audio Rebel: una puerta de acceso al escenario para los artistas, con lo que estos deben abrirse paso a codazos por entre la audiencia.

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Jorge Pardo y Carlos Malta tienen algo en común: los dos pasaron por las manos del “brujo”, Hermerto Pascoal. Y eso marca. De ahí, que el concierto empiece por el final, la apoteosis, la hostia bendita a ritmo de bulerías: “Zapatito”. Empezar con “Zapatito” un recital en una caja de zapatos tiene todo el sentido del mundo.

El contingente flamenco de Rio de Janeiro – tres en total – ha tomado posiciones. Jorge las conoce, ha tenido algún contacto con ellas Dios sabe cómo y dónde, y ellas, suspirando por su amor; el de Jorge, se entiende. Cuidado con ellas.

Jorge cierra su solo de flauta en “So what” con un signo de interrogación. Detiene el paso, reflexiona. Algo está sucediendo. Miles le susurra al oído: “¿y qué?”. “!Y yo que sé!”, le contesta Jorge. Nunca Jorge es más flamenco que cuando toca a Miles Davis.

En el suelo, sobre el escenario, entremezclados con el shakuhachi, el dizi y el pife (especie de pífano propio del Nordeste de Brasil), dos cochinillos de mirada penetrante esperan su momento. Lo sabemos: Hermeto nos está vigilando.

Jorge se arranca por Paco. la trinidad flamenca presente en la sala entra en hervor “!Vámonos!”, “!Arsa!, “!Olé y requeteolé!… Sucede que esta es la noche de Hermeto y los “herméticos”, y cuando estos se juntan, no hay zona de confort que valga. Es el flamenco flamenqueando sobre Guinga, y el carioca arrancándose por bulerías como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. El arrebato les une.

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Y lo que tiene al Audio Rebel: que nadie va a decirle “no” al fulano que, ya que está ahí, por qué no va echarse un cantecito con los artistas. Nada se diga si quien sube al escenario en bermudas con los colores del arco iris se llama Gabriel Grossi y toda la armónica con la maestría de un Toots Thielemans enloquecido o drogado (en lo que fue un anticipo del concierto que ambos artistas, Gabriel y Jorge, ofrecieron en la localidad de Itaipava próxima a Rio).

Pero antes, Jorge ha dedicado un número a José Antonio Galicia “¿Quién fue ese señor?”, se pregunta, aquí, la vecina de apreturas. Difícil explicar quién fue Gali a quién no le trató. Jorge lo intentó, sin éxito.

Para entendernos: Gali fue nuestro Hermeto Pascoal. Un Hermeto bigotudo, de barrio, carajillo y delirium tremens. Se lo intento explicar a Fofo Black, el percusionista, en el post concierto, sin éxito “¿Pero entonces él era un virtuoso de la percusión?”, “Bueno, no exactamente, o sí, !yo que sé!….” Fofo acaba de llegar a Rio desde su  Maranhão natal y no para. Un caso raro de percusionista que, además de percutir, está al tanto de cuanto sucede a su alrededor.

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Y es entonces, cuando Carlos Malta se pone de perfil para interpretarse a sí mismo en el papel de Sonny Rollins interpretando a Edu Lobo. Puede que fuera “Vento bravo”, de Lobo, como puede que no fuera. El lector me perdonará. Lo que cuenta es el resultado, Carlos Malta y Jorge Pardo llevados al borde del precipicio, allá donde las etiquetas pierden su razón de ser y todo lo que nos queda es el creador desnudo frente a sí mismo, vulnerable y magnífico. Ni jazz ni flamenco, sino todo lo contrario. El mejor Jorge Pardo que uno tiene escuchado en décadas, lo que es decir mucho teniendo en cuenta las décadas que uno lleva escuchándole.

El concierto, largo e intenso, toca a su fin. La multitud se dispersa, los artistas se despiden, Jorge se queda.

  1. S. Desde la ventanilla de mi Uber contemplo la silueta de Jorge Pardo perdiéndose en la noche botafogense, lugar de perdición y de diversión (ambas cosas acostumbran a venir juntas) donde las flamencas (tres, en este caso) revolotean las faldas bajo un manto de guirnaldas y los teléfonos móviles vuelan sin derecho a devolución (ojo con los celulares en Rio). Ya lo dijo Pérez (el gato, no el ratoncito), que de noche, todos los gatos son pardos, y Jorge es las dos cosas: gato, por madrileño, y Pardo, por parte de padre.

Casa Tao, Rio de Janeiro. 5 de enero de 2024

«Unos  Reyes Magos de aquella manera»

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“Éranse una vez 3 Reyes Magos, uno era tupiniquín, otro flamenco y otro judío…”
(Carlos Malta)

Hoy Jorge debería estar horneándose al sol de Copacabana, quien sabe si bebiendo una caipiriña de lima rodeado por un ejército de vestales con la falda corta y la mano larga. Sucede que, para el artista, como para el ingeniero, caminos, canales y puertos, lo primero es la obligación y luego, el despiporre. Y es por eso que esta aquí, en el barrio de Lapa, corazón del malevaje carioca, poniendo a prueba el repertorio que va a interpretar esta noche junto a sus dos nuevos viejos amigos, con quienes va a compartir escenario y bocadillo de atún. Carlos Malta, por el lado de las flautas y los clarinetes, y Jaques Morelenbaum, alternando el violonchelo con la botella de agua Minalba, nacida a 1.700 metros de altitud en la ciudad de Campos do Jordão, estado de São Paulo .

La cosa, que programar un concierto de música instrumental improvisada “new age” en el barrio de Lapa, a las siete de la tarde, es como organizar una orgía sadomasoquista en horario escolar, que se puede, pero como que no apetece mucho. “¿Estás seguro que es a las siete?”, me “guasapea” el colega que no sabe si todo esto es una pura engañiza. “Seguro, sí”, le contesto. “Otra cosa es que empiece a las siete”.

Empezamos a entendernos.

Otra cosa que llama la atención: el lugar elegido. Claudio Mascarenhas, barítono de voz en pecho y un mirar profundo y afable, edificó la Casa Tão sobre los restos de un caserón en ruinas como un “espacio multicultural” consagrado a la filosofía china. En sus primeros días de existencia, el sitio ha albergado un seminario “Wing Tsun” y diversas aulas de “biodanza”, longevidad y prosperidad. En diciembre, tuvo lugar el primer “Baño de sonido” (”Banho de som”),dedicado a las percusiones esotéricas. Éste de hoy será el segundo.

Mascarenhas, con su voz de barítono y su túnica de gurú Maharishi, quiere devolver la dignidad al barrio conocido por su red de “detectores de gringos”, la cartera que hace un instante estaba en el bolsillo del turista incauto ahora descansa a aprox. 40 kilómetros de distancia. Consciente de ello, el mecenas cantor sustituyó a los malandros propios del lugar por una rubia oxigenada en quimono de aspecto respetable a más no poder saludando al recién llegado, “salud y paz”, “lo mismo para usted”. De ahí, a verse el huésped sumergido en un océano de efluvios portadores de los mejores deseos de purificación, generosidad y relajación, por ese orden, con lo que entrar en la Casa Tão es como entrar en la iglesia, elsándalo por las barritas de “Karma Collection Lavanda”, que también es incienso, pero indio . Nada que deba asustarnos.

El tipo del cráneo rasurado se viene hacia mí, las manos juntas y una leve inclinación de cabeza. “Disculpe, no puede entrar con la cerveza”. Apañados estamos.

Pero no adelantemos acontecimientos.

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Son las 19:00h  y los artistas calientan motores en la sala habilitada al efecto con vistas a la morería. Falta Morelenbaum que, asegura Malta, no va a tardar mucho. El ilustre instrumentista intenta tranquilizar a la rubia del quimono que, aparentemente, está de lo más tranquila (queda claro que, aunque con quimono, es más carioca que el loro de la película de Disney). Fuera, una pareja de melómanas francesas protesta airadamente: no hay lugar para ellas en la sala. No por el hecho de ser francesas como porque, inopinadamente, se han vendido todas las localidades. Esta noche va a ser la última oportunidad de escuchar a Jorge en su gira brasileña y el personal, aquí, está a la que salta.

Son las 7.30 y Morelenbaum no aparece “¿Alguien sabe dónde está?”, “Está llegando” (Malta). Se entiende que, en Brasil, haya quién prohíba el uso del gerundio: o se está o no se está. Finalmente, el maestro hace su entrada triunfal con una hora de retraso. Nada que llame la atención especialmente. “Todavía tenemos tiempo para un último cigarrito”, “naturalmente, maestro”.

Mata y Morelenbaum el el balcón, echándose el “último cigarrito”; Jorge, sentado en un aparte, echándole un último vistazo a los papeles. “Vamos a soltar al buey y luego vamos nosotros”, le suelta Mata a su aplicado colega en referencia al instrumentista (Morelenbaum) o, más exactamente, a su instrumento (el violonchelo). Y, con ellos, ahí se va servidor, a modo de séquito improvisado, o parecido.

“Por favor, quítese los zapatos”, me suelta el calvorota. Aviados estamos: sin cerveza y sin zapatos.

Comienza el “baño de sonido”. Morelenbaum, de negro y rojo, por la boina, nos prepara para lo por venir (su instrumento cumpliendo las funciones de la tanpura, en los conjuntos hindúes); Pardo y Malta hacen su entrada de puntillas al son de los pífanos y la flauta travesera. Una fragancia a pachulí, a Hariprasad Chaurasia, maestro hindú del bansuri; una cosa zen y trascendental, medio ibicenca, medio qué sé yo. Malta nos avisa: tenemos que dejar que nuestro pensamiento sea llevado en volandas por el sonido. Esparcidos por el tatami (de plástico), hay quien adopta la postura de loto y quién se tumba con la panza para arriba para sentir la vibración cósmica que se expande desde el escenario en dirección al parqué. Una de las francesas (!al final, consiguieron entrar!) yace a mi lado en trance o, sencillamente, está dormida.

Sobre el escenario son ellos tres y nadie más, y nada más. Ni megafonía ni Buda que lo fundó. Suena la “Modinha” de Jobim y la otra, la que tocan los chorões en sus reuniones de la plaza de San Salvador, que no compuso Jobim, aunque muy bien podría haberlo hecho. Jorge se sienta, observa a sus compañeros de viaje, calla. Jorge es el tipo raro de músico que se sienta y escucha. En su show de despedida, no hay flamenco, ni saxofón, ni, casi, programa. “!Una bulería, por favor!”, le grita el espectador que diríamos de la primera fila si no fuera porque aquí, ya se ha dicho, no hay filas, ni butacas. “Le has echado valor”, le digo, aunque no con estas exactas palabras. Jorge sonríe de medio ladillo. “La falta de humildad es una discapacidad que te inhabilita”, su respuesta en Facebook.

Y así se nos fue la tarde-noche, en un ir y venir entre lo sublime, lo espiritual, y la chirigota, que es como todas las cosas terminan aquí, con el personal cantando a coro el samba de general conocimiento (recuérdese que el carnaval está a la vuelta de la esquina) y Morelenbaum perdiéndose en la lejanía zen, cambiando su violonchelo por una botella de agua mineral sin gas, y por lo que no es una botella de agua mineral y tampoco tiene gas (cinco letras). “Este ha sido nuestro regalo de reyes para ustedes”, remacha el maestro de ceremonias con su estilo peculiar y ese don de gentes que Dios, o Hermeto Pascoal, le han dado. Carlos Malta no solo es un intérprete extraordinario, sino que pudiera haber sido un extraordinario azafato.

En nada Jorge volvería a surcar los cielos para tocarle a Paco de Lucía en el mayestático Carnegie Hall neoyorquino.

Abrígate, hermano.

PD: Carlos Malta me afea el hecho (con cariño, tiernamente, a su estilo) de no haberme referido a dos de los participantes en mi crónica del concierto que ambos, Jorge y él, ofrecieron en la sala Audio Rebel días ha. Y tiene razón. Uno escribe a la carrera y termina siendo injusto con quienes reúnen los méritos para ser reconocidos por su contribución al éxito de la empresa. Aunque con retraso, permítaseme consignar sus nombres: Dudu Lima, contrabajista, y Leandro Scia, batería. Sin ellos, nada de lo sucedido la noche de marras hubiera sido posible.

Tomajazz: Texto, fotos y vídeos © Chema García Martínez, 2024

Vídeos de las aventuras de Jorge Pardo en Río de Janeiro por Chema García

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