“Clubs que cierran”. Así titulaba a finales del pasado mes de febrero un artículo en Caravan Jazz. Aún no se había decretado el estado de alarma, y aunque el COVID-19 se colaba aquí y allá en los medios de comunicación de España, el coronavirus seguía pareciéndonos esa “gripe fuerte” de la que nos podíamos recuperar. Hablaba en ese artículo de la resaca de una crisis económica de la que algunos locales se empezaban a recuperar, de las trabas que muchos ayuntamientos ponen a la música en directo, o incluso de la preocupante falta de interés por el jazz en España. Ocho meses después, constato cómo ninguno de los artículos que he escrito hasta ahora ha envejecido tan rápido, tan mal.
Los solos de saxo en los balcones. Los aplausos de las ocho. Los conciertos gratuitos en Facebook e Instagram. Los “Tiny Desk Concerts” organizados por la NPR y en los que nos colamos en las casas de Norah Jones o Nubya Garcia. Casi por un momento, como en una alucinación colectiva, llegamos a pensar que podíamos dejar de vivir a toda velocidad. Que en el fondo nos venía bien. Parábamos sí, pero lo hacíamos para coger ese impulso que nos abriría todo tipo de posibilidades.
Por supuesto, nos equivocamos. Con la llegada de la “nueva normalidad”, nada ha cambiado para los clubs de jazz, que siguen en su mayoría manteniendo las puertas cerradas. La voz de alarma la dio hace unas semanas el Village Vanguard. El más antiguo de los clubs de Nueva York apenas si sobrevive emitiendo conciertos en streaming. Sin mascarillas claro, pero con el público en casa. También el Smalls, el Iridium y tantos otros de la gran manzana, que confían en Internet para cubrir el alquiler del local.
La fórmula funciona a medias. Por poco menos de 20 euros consigues una butaca “privilegiada” para el próximo concierto y, si la conexión de comporta (ha habido numerosas quejas precisamente al respecto) puedes disfrutar de algo de magia descafeinada. Sin público (o muy poco) en el local, los músicos se sienten extraños, alienados en un espacio que no reconocen y en el que desaparece cualquier conexión emocional. En casa, el espectador no acaba de entender qué es lo que pasa, aunque le reconforta que con su asistencia al no-concierto, tal vez el club ha esquivado el cierre un día más.
En Europa, el terremoto se anunció el pasado verano, cuando el Jazzhus Montmartre de Copenhague, probablemente el club más importante del continente, estuvo literalmente a cinco minutos de cerrar para siempre sus puertas. Con más de 61 años, el local en el que habitualmente tocaban Dexter Gordon, Miles Davis, Stan Getz o Sonny Rollins, fue finalmente rescatado por el ayuntamiento de la capital danesa, que le ha prometido una inyección constante de fondos para los próximos cuatro años.
Es una buena noticia por supuesto. Y ojalá en nuestra España querida las autoridades se tomaran la cultura tan en serio como en países como Dinamarca, Francia o Italia, donde son muy conscientes de que el sector cultural es tan importante como el turismo, la hostelería o el pequeño comercio. Pero en el fondo no deja de ser un parche. Salvamos al Montmarte o al Vanguard porque forman parte de nuestra historia, porque su cierre nos vuelve a todos un poco más pequeños. ¿Pero cuántos otros clubs “sin nombre” van a cerrar sin ningún periódico que les dedique una esquela? Si antes de la pandemia en Madrid hemos perdido al Bogui y al Populart, o hemos estado a punto de perder el Café Central; si en Sevilla ha echado el cierre el Naima… ¿qué cabe esperar a partir de ahora?
Tal vez parte de la solución se encuentre en esa alianza de clubs pequeños de la que nos hablan en la revista MásJazz, un proyecto de cooperación entre distintos locales que se anunció el pasado mes de mayo y de momento, sigue en marcha.
Formado inicialmente por el Clasijazz (Almería), Jimmy Glass Jazz (Valencia), Sunset Jazz Club (Girona), BJC Bilbaína Jazz Club (Bilbao), Jazzazza (Algezares, Murcia) y Clarence Jazz Club (Torremolinos) se presentan como una asociación con la que defender la seguridad y la calidad de los clubs de jazz, facilitando las giras de los músicos nacionales e internacionales. Cruzamos los dedos y les deseamos la mayor de las suertes. La vamos a necesitar.
© Rudy de Juana, 2020. http://www.caravanjazz.es/
Fotografías: autoría indicada en cada pie de la fotografía.
1 comentario