Temporada Arco y Flecha 2012-2013
- Lugar: Jazzroom (Barcelona)
- Fecha: Jueves, 2 de mayo de 2013
- Componentes:
Larry Ochs: saxo tenor, sopranino
Don Robinson: batería
Los clones del imperio se tomaron una tregua y no hicieron acto de aparición (por si acaso, acudí al Jazzroom armado con un espantasuegras). Bromas aparte, de entre los varios proyectos que maneja Larry Ochs en la actualidad y con los que suele girar, el dúo con Don Robinson tal vez sea el más dúctil de todos. De hecho, podríamos entenderlo como una versión desnuda y despojada de otros dos proyectos en los que ambos también están juntos, el quinteto Sax & Drumming Core y el trío What We Live: el elemento rítmico primario y el melódico. Es decir, es la formulación esencial, casi el ejercicio íntimo de estos dos músicos que se conocen y colaboran juntos desde hace varios lustros. Pero ocurre algo más, y es que esta formulación les permite ensayar diversas vías estilísticas y genéricas.
Estilísticas, porque de alguna manera a través de este dúo (lo que hicieron la otra noche, cuando menos) se acercan o establecen conexiones con otros dúos saxo/batería del pasado. Y aquí me viene a la memoria especialmente uno, el que montaron puntualmente a finales de los 70 dos grandes como Anthony Braxton y Max Roach (del que surgieron dos excelentes LPs: Birth and Rebirth y One in Two – Two in One). Por una razón, sobre todo: porque fue un concierto más de ir destilando ideas, esquemas o apuntes que no de especular con ellos (y he de remarcar que me pareció más cercano a Birth and Rebirth, que se apoya en temas esbozados, que al siguiente). Por ejemplo, Robinson partió de secuencias rítmicas que iba trabajando, modificando, complicando o simplificando. El resultado era mucho más cálido de lo que cabía esperar, y en cierto modo muy enraizado en la tradición (¡con ritmos a veces hasta funk!). Ochs, por su parte, también estuvo sintético, tanto con el tenor como con el sopranino (con el que consigue un sonido saturado que me hace pensar en ciertos folklores), desarrollando sus líneas a veces sin urgencias (por más que el sonido en ocasiones pudiera resultar muy ácido), otras en cambio exprimiéndolas a fondo (aunque en general nunca me pareció que llegara a la catarsis que tanto se presta en estos juegos), como si estuviera persiguiendo algo. En este sentido, creo que, sin temor a equivocarnos, una forma de definir –de entre las muchas posibles– el trabajo de Ochs sería como post-braxtoniano. El conjunto del set fueron una serie de temas, o pasajes, que Ochs y Robinson trataron de explotar, de perfilar, de extraer las cosas de ellos que en aquel preciso momento les debían parecer relevantes.
Por otra parte, también en lo tocante a lo genérico hay cosas a apuntar que se hicieron patentes la otra noche. Ambos músicos pertenecen a una generación que se formó utilizando métodos y estrategias del jazz, cierto, pero que por el contexto en el que crecieron tenían sus intereses puestos en muchas otras cosas, tanto desde el punto de vista de músicas diferentes como de la relación de éstas con otras disciplinas. De lo único que se les podría acusar, en todo caso, es de ser fruto de un tiempo determinado (si es que eso es algo punible). En la dinámica que se estableció entre ellos en el concierto, se podían apreciar claramente influencias musicales diversas, pero en el acercamiento a ellas había una actitud inmediata, natural, lógica. No es que fuera jazzística en el sentido musical estricto, sino que lo era por esa actitud tan característica del jazz que es la de improvisar libremente y acompañado sobre unos patrones más o menos sencillos. Es decir, las cosas no son unívocas y por tanto es importante poder verlas también parcialmente, aislar los diferentes aspectos que de ellas se desprenden. Y esa actitud frente a la música, más allá de lo qué se esté interpretando, me parece que es la misma. Es decir, que una parte del legado del jazz se va a perpetuar –se quiera o no– no sólo en el mismo jazz sino también en las otras nuevas músicas que han surgido en las últimas décadas. Y disculpen si no hago una crónica pormenorizada del concierto, pero es que a veces los conciertos le dan pie a uno para considerar otras cosas.
Así pues, llegó el infiel tres años después de la blasfemia, y el apocalipsis no tuvo lugar. Es más, pienso que si el que entonces denunció a Ochs en Sigüenza hubiera presenciado el concierto de la otra noche, sus neuras no hubieran desaparecido pero con toda probabilidad no habría llegado a denunciar a nadie. En cualquier caso, en pos de un armisticio definitivo y por la paz perpetua, propongo definir o describir el trabajo de estos dos músicos (y de tantos otros que se mueven por dónde ellos) como afterjazz.
Texto: © Jack Torrance, 2013
Fotografías: © Joan Cortès, 2013
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