Las amargas lágrimas de Zoh Amba. Por Chema García [Escrito de jazz AKA El Rincón de Chema] [Abril de 2025] - Tomajazz - Las amargas lágrimas de Zoh Amba. La entrega de abril de 2025 de José María García en El Rincón de Chema

Las amargas lágrimas de Zoh Amba. Por Chema García [Escrito de jazz AKA El Rincón de Chema] [Abril de 2025]

El Rincón de Chema: Las amargas lágrimas de Zoh Amba

Y Zoh, la pobre, salió del escenario en un mar de lágrimas, inconsolable, quién sabe si preguntándose si todo esto vale realmente la pena y porque no hizo caso a su madre – !las madres siempre tienen la razón! – cuando la advertía acerca de las privaciones a que conduce la carrera como artista pudiendo dedicarse a la cría de abejas recolectoras. Esto último, lo habrá adivinado el lector, es lo que diríamos una “licencia poética”, no así lo primero, Zoh Amba saliendo del escenario del Molino, en Barcelona, como una Magdalena después de que un espectador de nacionalidad alemana la increpara por no tocar “temas más melódicos”. ¿Les suena? Naturalmente: Sigüenza, 8 de diciembre de 2009, “un espectador denuncia a un músico de jazz por no tocar jazz” (1) El músico en aquella ocasión era el saxofonista y compositor Larry Ochs. Años más tarde, Pere Pons se lo trajo al Jamboree y fue un fracaso de público, con lo que se demuestra que, al personal, estas cosas les importa un pito.

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Zoh Amba © Scott Rossi
La diferencia entre Larry Ochs y Zoh Amba es que, mientras la una hizo mutis por el foro sintiendo que se le había faltado al respeto, el otro terminó la velada brindando a la salud del indignado entre risas y paletillas de cordero regadas con vino de la casa (existe testimonio gráfico). Puede ser que los tiempos sean otros, no lo sé. La cosa es que hoy, el personal se ofende con una facilidad pasmosa. Y cuando se habla de “vanguardia”, ni te cuento. Rob Rushin-Knopf, en su texto sobre la saxofonista para Salvation South, advierte: “si usted es el tipo de oyente que simplemente adora una buena y relajante taza de “Manzanilla Kenny G”, mejor manténgase alejado de esta joven y su saxofón” (2). De lo que se deduce que el ciudadano de marras no lee a Rob Rushin-Knopf o, si lo lee, no le tiene muy en cuenta a la hora de elegir un lugar para escuchar jazz en Barcelona. Se me ocurre que todo este entuerto podría haberse evitado si la organización hubiera colocado en lugar visible un cartel admonitorio con la leyenda: “esta música puede herir la sensibilidad del espectador”.

Mamporreando, que es gerundio

La etimología de las palabras enseña muchas cosas. Por ella sabemos que la palabra “bahorrina”, lo que viene a ser un conjunto de muchas cosas asquerosas mezcladas con agua sucia, deriva de la raíz onomatopéyica “baf” y el antónimo “bafar”, así como el término “vanguardia” procede del francés “avant-garde”, definiendo a la soldadesca que es enviada a primera línea de fuego para abrir brecha en las defensas del enemigo llevándose de por medio a cuantos más, mejor. Y es con el tiempo que el término salió del cuartel y se trasladó al salón de té de la marquesa de Pompadour, mecenas que fue de la arquitectura y las artes decorativas, y al Théâtre des Champs-Elysées de París, con Stravinski estrenando su “Consagración de la primavera”, y el patio de butacas convertido en un saloon del Far West, mamporro va, mojicón viene, el griterío ensordecedor transformando la Orquesta de los Ballets Rusos en un conjunto de mimos de frac. Y, ni aún así, los músicos dejaron de tocar, ni los bailarines dejaron de danzar, siguiendo las indicaciones de Nijinsky. Y lo mismo, cuando Coltrane en el Olimpia, marzo de 1960, con el saxofonista emergiendo cual ave Fénix por entre los abucheos del no-muy-respetable parisino. ¿Dejó por eso de tocar? No. ¿Derramó siquiera una furtiva lágrima delante de los improperios vertidos por una buena parte de la audiencia? No.

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Zoh Amba © Bruce Woods
Hija de su tiempo, Zoh esperó a su regreso al hogar para verter la bilis acumulada tras su renuncio barcelonés vía Instagram: “hay que parar los pies a esta mierda de vejestorios blancos”, escribió. La frase sorprende por su contundencia, la Dama de las Camelias sacando pecho en plan Agustina de Aragón, o de Kinsport, Tennessee. Podrá argüirse que su respuesta llega tarde, no que falte a la verdad.

Vejestorios blancos es lo que no falta, sea en el Capitolio, Washington D.C., o en el Molino, arrabal parisino en la Barcelona novecentista, palacio del estriptis convertido en café-teatro, lugar fino para conciertos de jazz avant-garde. Y ahí que se plantó Zoh Amba, de Kinsport, Tennessee, ocupando el lugar donde hizo fama La Maña enseñando cacho para los vendedores de corbatas zaragozanos en su noche de farra y alegría. O sea, que lo que empezó con La Maña, lo continuó Misia en su etapa pre-fadista, y llega hasta Zoh, que sólo desnuda su alma sobre un escenario si lo exige el guion. Y, sí, Zoh tiene razón: los vejestorios blancos tenemos la culpa de todo.

Hay que entenderla. Zoh Amba no sólo es vanguardia: es mujer. Y el jazz, reconozcámoslo o no, lleva a sus espaldas una larga tradición machista que se remonta a Jelly Roll Morton y los putiferios del Storyville, y lo que te rondaré, chicharrona. Las excepciones – Billie Holiday, Mary Lou Williams – se cuentan con los dedos de una mano. Sólo que los tiempos han cambiado, como en la canción del Completo Desconocido. El jazz, hoy, es feminista y virginal, el mujerío ocupando funciones de protagonista que les venían siendo negadas por décadas, y de ahí las incontables trompetistas, saxofonistas, bateristas, contrabajistas… que hoy disputan la primacía a los machirulos en los ranking de popularidad de las publicaciones especializadas.

O sea, que Zoh Amba es mujer y, además, es vanguardista/moderna, por más que su música remita a modelos pretéritos, Albert Ayler, el Coltrane de “Interstellar space”, y en esa onda. Sólo que, en ella, el término no hace al fraile, o a la monja. Que no lo digo yo: la propia interesada lo confirma en refiriéndose a su música con un término que llega a desconcertar. Ni free jazz, ni música aleatoria: “góspel” (del ingles gospel, “música religiosa propia de las comunidades afronorteamericanas”). Sucede que la música de la intrépida y sensible saxofonista contiene el sabor del “néctar divino”, nada menos, así como la hostia divina, en la catolicidad, incorpora en sí misma el cuerpo de Jesucristo (3). En las palabras de la propia interesada, “la música es Dios y Dios es la música”

Ahora sí, las piezas encajan.

Con la Iglesia hemos topado

Zoh Amba es Albert Ayler con sotana siendo que todos los músicos de vanguardia, hoy, visten sotana. De donde se infiere que asistir a un concierto de Zoh Amba es como ir a misa: cualquier manifestación extemporánea que interfiera en el normal transcurrir del sagrado ministerio deberá ser considerado una ofensa al Altísimo, y su autor, un blasfemo, un iconoclasta, un cismático. O sea.

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Zoh Amba © Scott Rossi
Vaciada de su contenido primigenio, anestesiada en su esencia misma, la vanguardia del siglo XXI sacraliza la cotidianidad de una expresión nacida para el combate cuerpo a cuerpo, hoy en manos de un manojo de monjes trapenses y una monja mística de 24 años . Pocos pero aguerridos: con los disidentes, los apóstatas, etc., tolerancia cero (¿quién dijo: “me interesa más el tipo que protesta porque no le gusta lo que está escuchando que el que va y no abre la boca”?).

A su edad, la de Zoh, Ornette Coleman había sido tomado a chufla, asaltado, humillado, expulsado del templo, recorrido los estados del Sur con un Medicine Show en régimen de semi-esclavitud, menospreciado por no pocos de sus compañeros de profesión… y así como él,  otros tantos venerados genios de nuestra música. Las capillas, los templos, no estaban hechos para ellos. Y los tiempos, vuelvo a ello, eran otros.

Resulta, casi, una ensoñación, pensar que hubo un tiempo en que Cecil Taylor convocaba a quince mil almas inocentes para su concierto en el entonces conocido como Palacio de los Deportes madrileño. Y más, todavía, si se piensa que ninguno entre los asistentes levantó la voz para expresar su opinión sobre la madre del pianista, así como nadie pidió el reembolso del importe de la entrada a la salida. La vanguardia, entonces, era cachonda y promiscua, Fred Frith con Henry Cow tocando en el “Templo del Rollo” (la discoteca M&M) para los fans de los Chunguitos, y en esa onda. Se entendía – entendíamos – que la Humanidad, en su lento caminar hacia el sistema estelar Alfa Centauri, había alcanzando el punto de cocción necesario para enfrentarse a una saxofonista atonal sin perder la verticalidad.  Y las saxofonistas atonales, enloquecidas, se perdieron en un revolotear las faldas bajo un cielo de guirnaldas porque los tiempos, ya digo, eran otros, y los alcaldes de la capital, otros también. Madrid quería ser un bote de Colón, y la ciudad toda fue un colocarse y al loro, porque lo manda el alcalde. La necesidad de gritar, de expresarse de una forma tumultuosa y estridente no importa dónde ni cómo, llevó a una suerte de versión free del Motín de Esquilache, durante una reunión musical celebrada en la sala Tablada. Lo cuenta Jose Manuel Gómez “Gufi” en el texto que reproduzco en mi  libro sobre el jazz en España (4):

“Un día a la semana solían reunirse los músicos jóvenes de la línea más dura en un local de la calle Tablada, en Madrid. No había guion premio, ni límites de estilo musical, cualquiera que tuviera algo que decir tenía el escenario a su disposición. Un buen día, un dúo de guitarra y flauta subió al escenario y comenzó a interpretar una bossa nova. Hasta que subió al escenario el saxofonista Valentín Alvarez y les interrumpió: “!no hemos hecho esta asociación para que nos toquen esto!”. El flautista bajó la cabeza, se sonrojó y sacó un saxo soprano. De su instrumento comenzó a salir un sonido febril, potente y desgarrado. Es probablemente la primera vez que el free jazz cobró sentido en este Madrid. Fue un discurso que decía: “CABREO-CABREO-CABREO-CABREO”.

Todo, en todas partes, al mismo tiempo. Las vanguardias, con Clónicos, salieron a la plaza del pueblo y a los manuales de Educación Primaria de mis hijas. Existía el Festival de la Libre Expresión Sonora, que era de la Locura y la Marginalidad, siendo que ambos términos acostumbran a ir de la mano, y al que no le guste, que se joda. Algunos, como el canario Juan Hidalgo, buscaban su inspiración en los improperios, los escupitajos, los “me cago en tu padre”, vertidos por el personal que asistía a sus presentaciones, considerándolos un regalo venido del cielo. Provocar al provocador vino a ser lo más de lo más. De fronteras afuera, los franceses Urban Sax se llegaban hasta la agresión física al espectador, un épater le bourgeois a base de saxofonazos en el costillar y el personal, yo incluido, huyendo como ratas. Hoy, la vanguardia es una flor de pitiminí que ni epata al burgés ni agrede a nadie, salvo a los vejestorios blancos mal informados La vanguardia, véase la ironía, se ha estandarizado. Peor todavía: se ha aburguesado. Peor todavía: ha perdido el sentido del humor. La vanguardia, hoy, es anti–vanguardia, lo que Byung-Chul Han explica como el resultado de la compulsión higiénica que afecta al ciudadano/consumidor contemporáneo, y de esos barros, estos légamos. Pensándolo bien, el vejestorio blanco, en la noche de autos, hizo el mejor regalo que Zoh Amba hubiera podido soñar.

Debería estarle agradecida.

Tomajazz: Texto, © Chema García Martínez, 2025
Fotografías © Scott Rossi – Bruce Woods

(1) Para más información, véase [o mejor léase nota del editor] Chema García Martínez, Tocar la vida. El músico de jazz: vueltas en torno a una especie en extinción. Alianza Editorial, 2019.

(2) Véase Rob Rushin-Knopf, “A taste of the divine nectar” (https://www.salvationsouth.com/a-taste-of-the-divine-nectar-zoh-amba-saxophonist/).

(3) En Hank Shteamer, “For the Saxophonist Zoh Amba, Free Jazz Is Gospel” (https://www.nytimes.com/2022/09/26/arts/music/zoh-amba-bhakti.html).

(4) José María García Martínez, Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España: 1919-1996. Alianza Editorial, 1996.

Anteriormente en El Rincón de Chema…

Chema García en Tomajazz

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