Cada año fallecen una serie de músicos que representan capítulo enteros de la historia del jazz, un jazz que sigue más vivo que nunca pero que, tal vez, ya no disfruta de las figuras cuasi mitológicas que produjeron otras épocas.
Hace poco murió el gran Sam Rivers, un músico que no fue paradigma de nada más que de sí mismo. Tocó muchos estilos y no se rindió nunca, produciendo música arriesgada hasta el final.
Como suele ser tristemente habitual, la cantidad de espacio dedicado en la mayor parte de medios a la desaparición de Rivers es inversamente proporcional a lo excelso de su obra, por eso lo más justo es recomendar la misma, en general. Porque la música de Sam Rivers contiene pocos altibajos y es muy recomendable, de principio a fin.
© Adolphus van Tenzing, 2012