Hacía bastante tiempo que los aficionados al jazz no teníamos la suerte de que la industria cinematográfica dedicara a esta música una película. Aupada por el recibimiento en el antaño «independiente» festival de Sundance, los adjetivos que reúne su cartel (estreno en España el pasado 16 de enero) son así de admirativos: «Asombrosa», «Extraordinaria», «Emocionante», «Electrizante»… Muy al contrario, este largometraje que completa uno medio de su mismo director, Damien Chazelle, no deja lugar a dudas a la decepción. La batería como instrumento inventado por el jazz, como resonaba venturosa e imaginativamente en las manos de Antonio Sánchez en la recomendable Birdman, es de nuevo la protagonista. Ella, como el instrumento espectacular que es, y claro está el músico de 19 años cuyo aprendizaje tiene lugar en la escuela de música – se repite en varias ocasiones- «más prestigiosa del país», los EEUU. El contexto es pues académico, dentro de una big band, y las palabras claves son exigencia y competitividad.
Andrew Neiman (Milles Teller) es un alumno aventajado que vive en el seno de una familia culta y acomodada. De hecho, se sobreentiende que el acceso a esa clase de Colegios implica cierto desahogo económico con algunos datos que se filtran en la película. El motivo principal que empuja al film sería, pues, retratar un periodo de exhaustivo aprendizaje entre la élite formativa del jazz. Desde el minuto 1 se anuncia lo que será una escalada de despropósitos artísticos basados en esteriotipos que, en pleno siglo XXI, creíamos que habían sido desterrados en la imagen del jazz. El primero de ellos es asociar virtuosismo instrumental a velocidad desenfrenada.
Control y precisión llevados hasta el límite, es el objetivo que se marca el educador o profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons): «Estoy aquí para presionar a la gente más allá de sus límites». El resultado de semejante modelo educativo convierte el tesón y la perseverancia necesarias para dominar un instrumento en sacrificio marcial, haciendo añicos la sana competencia y el compañerismo. El educador, musculado y vestido de riguroso y ceñido negro, se muestra más como un sargento de los marines americanos («La chaqueta metálica» de Kubrick) que como profesor que enseña a madurar en la música, con el instrumento y el desde el trabajo colectivo. ¿Disciplina musical o militar?
Esfuerzo y aptitudes, ante esa educación demencial y con la ambición que se fija el propio alumno de pasar a la posteridad del jazz, de «estar entre los más grandes», quedan desvirtuadas ante ese principio que se repite en silencio como un mantra, «o todo o nada», mientras sus manos sangran intentando alcanzar la velocidad de la luz en un complicado tiempo. La película, casposa en ese principio tan americano de la autosuperación, tiene por referente, por si no fuera lo suficientemente ridícula, la célebre anécdota en la que Jo Jones arroja un plato de la batería a Charlie Parker cuando éste, equivocándose repetidas veces de tempo en el inicio, se subió a una jam con su grupo. El diabólico tempo que durante la película se repite una y otra vez no es otro que el doubling-tempo (toque al doble de tiempo inicial) que hizo famoso en Kansas City Buster Smith, saxofonista alto que muchos señalan como el mentor de Charlie «Bird» Parker.
Una trama, para seguir con los tópicos del género de superación personal tipo Karate Kid o Rocky Balboa, que se suaviza con la presencia de una mujer, de una primera historia de amor que la carrera imparable del joven Andrew frustra, como no podía ser de otro modo tratándose de un soldado solitario entregado a una misión a vida o muerte. Se salva la fotografía, que gusta de los colores sepias que envuelven al jazz que lo protagoniza en su pasado clásico en la actual Nueva York: como si no hubiera jazz de hoy en esa ciudad. Nada que ver con el presente de esta música con el tema que da título a la película, «Whiplash» (de Hank Levy), pieza arreglada por Justin Hurwitz para la ocasión con gusto por el funky añejo y con algo de fusión de los años 70, construida así sobre una rebuscada métrica para mayor exhibición de la batería.
Pero incluso salvando estos patéticos clichés, lo peor de la película no está en dar una imagen desenfocada, alocada y estúpida del jazz. No, lo peor llega cuando con ella se intenta enterrar la realidad de esta música dejando vivos a los clásicos, los citados Duke Ellington y Charlie Parker y sus standards «Cherokee» y «Caravan», como iconos de algo -esa educación, esta zafiedad- que nada tiene que ver con el ARTE…
…Y va y dice el director-sargento que se enorgullece de mandar alumnos a la Lincoln Center Orchestra: «¿Sabes por qué el jazz se esta muriendo?, porque ya nadie aprende a tocar como ellos hicieron, porque nadie toca así». Porque Charlie Parker, tendría que también haber dicho, aprendió jazz en las jam sessions y en los apartamentos de sus amigos músicos, jamás fue a una escuela…»de élite».
© Jesús Gonzalo, 2015
- Título: Whiplash (2014)
- Director: Damien Chazelle
- Actores: Melissa Benoist, J.K. Simmons, Miles Teller
- Guionistas: Damien Chazelle
- Música: Justin Hurwitz
- Fotografía: Sharone Meir
Podéis ir a tomar cervezas con los artificieros. A ellos también les molestó la imagen que se daba de los artificieros en «En tierra hostil».